Photo by Ross Parmly
Marzo de 2020
Rogelio Pérez Perdomo
Universidad Metropolitana, Caracas
Academia Nacional de la Historia
La pandemia que conocemos con el nombre de COVID-19, de reciente aparición, está afectando a casi todos los países del mundo. Se ha difundido con extraordinaria rapidez. Se trata de un virus que ha viajado en jet aprovechando que millones de viajeros cruzan los cielos en todas direcciones. Hace 100 años, otra pandemia, la gripe española, viajó por barco y por tren. Fue más lenta en extenderse por todo el mundo. Luego, durante tres años, causó millones de muertos, en parte porque el modesto avance de la medicina de la época no permitió un combate eficaz. No tenemos tampoco cifras exactas, sino estimaciones hechas a posteriori con enormes variaciones. Seguramente se trató de decenas de millones.
Si comparamos el COVID-19 con la pandemia de hace un siglo lo primero en llamar la atención es la rápida extensión. Es un efecto secundario de la globalización. La enorme mejora en las comunicaciones tiene como efecto no deseado que también las enfermedades se comunican rápidamente. Tenemos información al día sobre cuántos casos se detectan en cada país, tasas de mortalidad, medidas que se toman en cada latitud. Los noticieros y el Internet nos informan a la hora, o tal vez en minutos. Si la información no es más confiable es porque algunos gobiernos todavía se empeñan en manipular la información, sin percibir el grave daño que hacen a la humanidad esas actitudes. También porque hay espontáneos de la desinformación en las redes sociales
Otro efecto de la globalización es que conocemos los equipos de científicos que compiten por encontrar tratamientos eficaces o una vacuna. Sabemos que si comprueban tratamientos efectivos la información se difundirá también con rapidez. Por eso esperamos que el tiempo de la pandemia sea más breve que la de hace cien años y que sean menos los muertos, pero eso todavía no lo sabemos.
En los distintos medios de comunicación encontramos análisis de los efectos esperados de esta pandemia en la economía, en el turismo, en la ecología, en los hábitos sociales, en el deporte. No he encontrado análisis sobre el posible impacto en el Derecho. Tal vez quienes nos ocupamos del Derecho somos más comedidos que los economistas que, como los astrólogos, siempre hacen predicciones y se equivocan tanto como ellos. Nosotros tendemos a mirar hacia atrás: la Historia del Derecho probablemente ha tenido un desarrollo mayor que la historia de otras ciencias sociales. Por la Historia sabemos que una pandemia puede tener efectos enormes, pero que no es fácil anticiparlos. El efecto más notable, en nuestra perspectiva fue la peste bubónica en el Imperio Bizantino en el siglo VI. Puede ser llamada pandemia porque afectó un sistema mundial, en el sentido que Wallerstein da a la expresión. La pandemia provocó la cancelación del proyecto de Justiniano de reconstituir el Imperio Romano y restaurar su Derecho en el su antiguo esplendor. Como consecuencia, el Corpus Iuris Civilis, uno de los monumentos mayores del Derecho, debió esperar seis siglos para ocupar el lugar central al que Justiniano lo había destinado. Ciertamente de una manera muy distinta a cómo él lo había previsto. Fue a través de las universidades, que en parte surgieron para estudiar tal monumento, que el Corpus Iuris tuvo la enorme influencia en la construcción del Derecho Común europeo de los siglos siguientes.
Por supuesto, no sabemos cuál puede ser el impacto del COVID-19 en el largo plazo. Solo podemos analizar lo que pasa ahora.
Lo primero tiene que ver con una sacudida en el campo de la Globalización. Esta había debilitado los Estados nacionales. El Derecho venía haciéndose más global y la legislación nacional venía retrocediendo como el centro del Derecho que fue en el siglo XIX y buena parte del XX. Nuestra época ha visto resurgir las fronteras nacionales y hemos visto que el Estado ha mostrado su poder al obligarnos a usar mascarillas y guantes, a mantener a distancia nuestros prójimos, a encerrarnos en una especie de prisión domiciliaria. Obligar es una palabra que debe ser matizada. Aceptamos esas instrucciones porque sabemos que son importantes y razonables dadas las circunstancias, pero la policía está allí para el caso que no las aceptemos. ¿Es voluntaria la obediencia del vendedor ambulante que come y vive de lo que vende cada día? Aun para quienes no estamos en tal situación, La Boetie nos recuerda el origen del poder de los tiranos.
Desde el Estado nos recomiendan con fuerza que nos lavemos las manos frecuentemente y con jabón, pero los organismos del Estado encargados de proveer agua no lo hacen. Es inútil protestar y hasta peligroso. El lenguaje que usamos es abstracto, hablamos del Estado. En realidad, el Estado son personas que promulgan e imponen reglas de conducta. En nuestra época -aunque no en todos los países- se había logrado fortalecer dos ideas: la del Estado de Derecho y la de los derechos humanos. La primera es que quienes dirigen el Estado están vinculados por las reglas y son responsables de sus actos. El ejemplo del agua en situación de pandemia muestra que no en todas partes es cierto y que no va a ser fácil hacer responsable de la difusión de la enfermedad a quienes han fallado en proveer el agua o garantizar transportes menos congestionados. Principis legibus solutus fue el brocardo que el planteamiento del Estado de Derecho quería dejar atrás. Ya vemos que no lo ha logrado.
En resumen, la pandemia ha fortalecido los Estados nacionales y ha debilitado al Estado de Derecho, dos tendencias para preocuparse. Es verdad que las tendencias comenzaron antes. La crisis de las migraciones mostró ya la tendencia al cierre de fronteras. La lucha contra el terrorismo había ya debilitado las garantías de la libertad y del Derecho. Los derechos humanos de migrantes y de sospechosos de terrorismo no son dignos de consideración. La pandemia solo puso una losa más pesada.
¿Debemos dar por cancelada la Globalización? ¿Sobrepasados el Estado de Derecho y los derechos humanos? Espero que no. Los intercambios económicos y de personas van a continuar porque ya se había comprobado que la división internacional del trabajo y los intercambios con pocos obstáculos son enormemente eficientes. Habrá reservas y obstáculos, pero las necesidades económicas tenderán a imponerse. En cuanto al Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos, sabemos que es una conquista civilizatoria, la garantía más importante de la libertad. También sabemos que es frágil y que hay que luchar por ellos y no aceptar la servidumbre voluntaria. Puede ser una lucha larga. Quienes asumimos verdaderamente al Derecho sabremos en qué lado nos corresponde estar.
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