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16 de diciembre de 2019
Fernando Javier Delgado Rivas
Abogado egresado de la Universidad Central de Venezuela
En días recientes hemos sido testigos en nuestra América de varias convulsiones callejeras violentas, en países donde se venía observando una relativa estabilidad y ausencia de crisis de envergaduras considerables. Dos fueron los países, Chile y Ecuador, en donde se observó este fenómeno, pero ciertamente de Chile es el país que menos hubiésemos pensado que pasaría por una situación como esta, ya que era considerado como el más avanzado y con menos pobreza en toda Latinoamérica.
Ambos países tienen varios elementos en común: en primer lugar, son democracias con gobiernos recientemente electos (donde se observa la alternancia en el poder), que respetan el imperio de la Ley y el Estado de Derecho, y que buscan (o al menos pretenden) implementar modelos económicos contrarios al estatismo que todo lo subsidia y controla.
No obstante, y supuestamente por causa de haber tomado alguna medida económica determinada, sus gobiernos han sufrido unas violentas protestas callejeras, siendo en el caso de Chile de un nivel casi destructivo, que ha hecho retroceder al gobierno en sus planes, y a la vez lo ha amenazado en su estabilidad. Es una especie de guion que no pocas veces hemos visto en nuestra región, y ello demuestra que las democracias liberales se encuentran permanentemente asediadas por movimientos subversivos, que al tomar el poder, generalmente solo buscan la concentración del poder por todos los medios.
En efecto, situación similar vivimos en nuestro país entre los años 1988 y 1992, cuando se observaron no solo manifestaciones violentas en las calles, sino también intentos de golpes de Estado. Si de algo podía presumir Venezuela en aquel momento, era de disfrutar de uno de los sistemas democráticos más estables y duraderos en la región, junto con el progreso económico, en comparación con las condiciones de un país pobre y muy poco desarrollado antes de la mitad del siglo XX. A pesar de todo ello, el gobierno de ese entonces sufrió una situación similar a las de hoy en Chile y Ecuador, representada por la aparición “espontánea” de manifestaciones violentas, y además acompañadas de dos intentonas golpistas. Al final, la estabilidad de ese gobierno se desmoronaría, lo cual trajo consigo la caída del sistema democrático y la apertura a las puertas de un régimen de “izquierda” que hasta la fecha de hoy gobierna sin ningún tipo de límites, ni respeto por los más mínimos principios de un Estado de Derecho, propio de las democracias liberales.
Las aparentes debilidades de la democracia
¿Qué hace que nuestras democracias liberales sucumban o se mantengan permanentemente amenazadas y hasta restringidas en su actuar frente a estos hechos? Quizás la respuesta podemos encontrarla en la misma esencia benévola y respetuosa de derechos y libertades (como siempre debe ser), que las caracteriza; pero que al mismo tiempo pareciera ser una debilidad ante esta incansable y eternamente subversiva lucha por alcanzar el poder, proveniente de una gran parte de la autodenominada “izquierda”, quienes también se han hecho llamar recientemente “progresistas”.
Uno de los pilares fundamentales de las democracias liberales es la búsqueda de consensos entre los distintos grupos de poder de una sociedad, y del mantenimiento de cierto apoyo popular (lógico, pues ese es el origen de su legitimidad democrática). Por esa razón, puede que fácilmente cedan ante presiones de grupos de poder o cualesquiera otros que busquen subvertir -haciendo uso hasta de los canales formales del ordenamiento jurídico-político- la estabilidad del sistema. Estos grupos se enfocan arduamente en fomentar el rechazo -muchas de las veces violento y desmedido- de sectores de la población descontentos, los cuales si bien no resultan ser en principio una mayoría considerable, de todas formas van socavando el apoyo popular de estas democracias.
Las democracias liberales acogen la mayoría de las veces los principios de un Estado de Derecho, en consecuencia, respetan la disidencia y manifestaciones contrarias a sus políticas de gobierno, por muy virulentas que puedan llegar a hacer. Además no solamente llegan a ceder en sus políticas, sino que también tienden a satisfacer las supuestas demandas de estos movimientos (Chile es un ejemplo indudable de ello). Por ello es que sus actuaciones nunca están dirigidas a la concentración de un poder ilimitado, que implique la utilización del ordenamiento jurídico a su conveniencia; ni menos aún a la represión desmedida o eliminación paulatina (no necesariamente física) de sus adversarios.
La incesante subversión
Frente a ese panorama, tenemos a una autodenominada “izquierda” (término fervientemente utilizado para endilgarse ideas de “igualdad social” y así venderse como lo más idóneos para gobernar), que mientras esté fuera del gobierno utilizará todos los medios posibles para, de una forma permanentemente subversiva e infatigable, acabar con el sistema de las democracias liberales; a veces haciendo incluso uso de los propios medios que éstas proporcionan para alcanzar el poder.
Una vez que en efecto lo alcanzan, sus actuaciones se vuelcan entonces al mantenimiento de éste por todos los medios posibles, necesariamente obviando los principios de un Estado de Derecho. Así, van desdibujando -hasta desaparecerlo- el principio de separación de las ramas del Poder Público (generalmente mediante la artimaña de las modificaciones constitucionales), y con ello del imperio de la Ley, dejando no solo a los grupos de la sociedad bajo el total arbitrio del gobernante sin límites legales verdaderos, sino que también -y más grave aún- al ciudadano completamente desvalido y disminuido en sus derechos. Todo ello mediante la utilización de canales supuestamente legales y regulares, y de formas también supuestamente democráticas, pero que a la larga no son posibles en un contexto donde no existe verdadera autonomía entre las distintas ramas del poder público.
Es en este punto donde tal vez fallen en su defensa las democracias liberales. En efecto, rara vez se observa que defiendan fervientemente las bases jurídicas y políticas de sus sistemas, ante estos ataques de grupos que en definitiva resultan ser autocráticos. En cambio ceden ante éstos y a la vez caen en la falsa (así lo creemos) diatriba izquierda-derecha o “neoliberalismo” versus “socialismo”, como si de un asunto de visiones económicas o de demandas sociales se tratara; sobre todo cuando observamos que en la práctica las condiciones sociales en estos gobiernos de “izquierda” han probado ser increíblemente malas, como lo es en los casos de Cuba, y más recientemente el nuestro, Venezuela.
Las democracias liberales, en su búsqueda de consensos, apoyo popular y respeto por los principios democráticos, pareciera que a veces olvidan las bases ineludibles a sus sistemas republicanos, como lo son las de un verdadero Estado de Derecho. Con ello pareciera que no demostrasen convicción en esos aspectos, dejándolos muchas veces como elementos secundarios, no solamente al momento de encontrarse gobernando, sino también cuando a sus partidarios les ha tocado hacer oposición a estas autocracias de “izquierda”. Aunado a lo anterior, y contrario a la solidaridad automática e inquebrantable que vemos entre los regímenes autocráticos, y hasta de corte totalitario en la región, las democracias liberales no muestran ningún tipo de alianza o unidad entre ellas al momento de enfrentar amenazas a su estabilidad, ni siquiera o menos aún cuando una de ellas se encuentra resistiendo, o intentando resurgir, mostrando apoyos casi inservibles o cuando menos muy inocuos e ingenuos.
Al final, creemos que la controversia se pierde en proclamas de ideología o dicotomías absurdas entre derecha e izquierda, cuando en el fondo lo verdaderamente importante es verificar que unos regímenes simplemente gobiernan al margen de la ley y todo principio republicano, estos es autócrata y dictatorialmente. Los autócratas solo buscan el mantenimiento prologando e indefinido de una sola persona en el poder; mientras que otros sistemas de gobierno respetan en mucha mayor medida el Estado de Derecho, la separación de las ramas del poder público y la alternancia en el poder.
Hacia una decisiva defensa de las bases jurídicas y políticas de las democracias liberales
La cuestión realmente debería radicar en que los regímenes autoritarios resultan mucho más convencidos de mantener esas bases permanentemente subversivas y desconocedoras de todo ordenamiento jurídico estable, arropándose en la etiqueta de “izquierda”. Por otro lado tenemos a unas democracias liberales que si bien es cierto nunca deberán adoptar posiciones represivas o violatorias de la ley y de los mismos principios que las sustentan, si sería conveniente que quienes las presidan o apoyan mostrasen más convicción y unidad en esos aspectos que realmente las describen
Así pues, las democracias liberales deben salir al paso de toda esa diatriba entre izquierda y derecha, para demostrar que las verdaderas democracias no son solo una aparente elección de gobernantes, sino que comportan también la vigencia de un verdadero Estado de Derecho, que en definitiva no buscan sino garantizar los derechos de sus ciudadanos; vendiéndose de esa forma como lo contrario a un poder omnímodo, permanente y nunca alternativo como sucede en el caso de estos gobiernos autócratas y violentamente represores, pero al mismo tiempo subversivos e incansables en su lucha por el poder cuando están fuera de éste.
El factor definitorio entre una y otra visión, deberá ser la concentración de poder en una sola persona o grupo de poder enquistado en un gobierno, que a larga resultan incuestionables y represores de quienes se opongan a estos; frente a unas autoridades de carácter alternativo, conciliadoras y respetuosas de la igualdad ante la Ley. Esto hay que tomarlo muy en cuenta al momento de defender y procurar el manteamiento de nuestras democracias liberales, ante movimientos en extremo subversivos, que bien encuadran en las formas de actuación de la “izquierda autócrata”.
En definitiva, debemos vender también la idea de que solo a través de las democracias liberales se puede alcanzar un desarrollo estable de nuestras repúblicas. Chile es un gran ejemplo de ello, siendo un país cuyos gobiernos (donde la llamada “derecha” solo ha gobernado un poco más de 4 años) han logrado mejorar muchísimo su situación, en comparación con la que había dejado la dictadura en 1990.
Sistemas de gobierno como esos, requieren y merecen de nuestra parte una defensa con mucha mayor convicción y fuerza de la que han gozado hasta ahora. Ante una siempre sediciosa “izquierda” autócrata, que busca apoyarse en supuestas catástrofes sociales y tantas veces mentadas “desigualdades”, para derrocar a las verdaderas democracias; y una vez alcanzado el poder, concentrarlo y ejercerlo con total desprecio por los principios de un Estado de Derecho. Las democracias liberales necesitan entonces de unos más fervientes y convencidos guardianes, y al mismo tiempo de unos rebeldes y determinados luchadores, en donde hayan sido desmanteladas.