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21 de noviembre de 2019
Emilio Spósito Contreras
Profesor de Derecho Civil I en la Universidad Central de Venezuela y de Historia del Derecho en la Universidad Monteávila
A partir de la obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), pensadores como Talcott Parsons (1902-1979) pretendieron esbozar una teoría de la justicia desde la realidad social. La justicia –“suum cuique tribuere”–, una vez institucionalizada, nos permite identificar, asegurar y realizar valores o bienes aspiracionales. Por ello, criticando el procedimiento de reconstrucción normativo que hacen, por ejemplo, las instituciones legislativas, administrativas y especialmente judiciales, podemos constatar el estado de valores como la pulcritud administrativa, la imparcialidad o la libertad de expresión.
En esta línea de pensamiento, el filósofo alemán Axel Honneth (1949) –discípulo de Jürgen Habermas y profesor de filosofía de la Universidad de Frankfurt– diserta en torno a la libertad social, moral y jurídica, y específicamente respecto de la libertad jurídica, explica las principales “patologías” que ésta puede padecer en nuestro tiempo (El derecho a la libertad: Esbozo de una eticidad democrática. Traducción al castellano de Graciela Calderón. Katz. Madrid, 2014).
Siguiendo a Christopher Zurn (1966) –profesor de filosofía de la Universidad de Massachusetts–, Honneth entiende por “patología” el “(…) déficit más o menos colectivo de la racionalidad que consiste en que convicciones o prácticas de un nivel superior dejan de ser apropiadas o usadas adecuadamente por los implicados en un nivel inferior” (cfr. op. cit., p. 119). Y explica que el “sistema institucionalizado de la libertad jurídica” es usualmente puerta de entrada de patologías, “(…) dado que exige de sus participantes un alto grado de abstracción y, por eso, invita habitualmente a interpretaciones erróneas” (p. 120).
Como expresiones prácticas de tales patologías, el autor señala: (i) los grupos que confunden sus derechos con la totalidad del Derecho (p. 121), o (ii) el despojar tales derechos de sus contornos temporales para presentarse como modelos o formas de libertad permanente (idem). En general, un proceso de “absolutización” del Derecho (p. 122), que explicaría las etapas de creciente “juridificación” de la vida social (idem), lo cual, en algunos casos, conlleva una “judialización” de la solución de los problemas sociales en general y de los políticos en particular, con la correlativa y peligrosa pérdida de la habilidad de resolver controversias por la vía del diálogo y la negociación.
En la práctica venezolana de los últimos tiempos, se ha retrocedido en todos los intentos de institucionalizar los valores a los que se aspiraba, con los resultados catastróficos que ahora padece la sociedad. En este proceso, son evidentes las groseras distorsiones en la aplicación del Derecho por sus intérpretes oficiales, quienes asumieron expresamente la defensa de una parcialidad como su razón de ser y, en consecuencia, convirtieron la justicia en un instrumento para subyugar o engañar a la ciudadanía y un arma de dominación política.
Son innumerables los ejemplos en Venezuela de la confusión de derechos con la totalidad del Derecho, o de la desintegración de los límites temporales de los mismos. Basta recordar las decisiones de la Sala Electoral del Tribunal Suprema de Justicia sobre los diputados indígenas de oposición en las pasadas elecciones de 2015; o las del Consejo Nacional Electoral frente a la iniciativa de referendo revocatorio del mandato de Nicolás Maduro en 2016.
Ahora bien, identificar sólo la enfermedad poco aporta acerca de sus causas y tratamiento, y aunque, como suele suceder en estos casos, hay muchas teorías y remedios, interesa apuntalar dos que, combinados, ofrecen luces para identificar desde los sujetos hasta las necesarias prácticas. Veamos:
La primera teoría es la iniciada por José Luis Vethencourt (1924-2008) sobre la naturaleza disfuncional de la familia venezolana, caracterizada por el autor como “matricentrista” y “machista”, con graves consecuencias sociales, culturales y hasta políticas[1]. Respecto a las consecuencias de nuestra forma de familia, especialmente en materia de violencia, también destacan los trabajos de Alejandro Moreno Olmedo (1934), como La familia popular venezolana[2].
La segunda, indicada por un célebre antagonista de Habermas, el filósofo alemán Peter Sloterdijk (1947), se refiere al protagonismo de las masas en nuestro tiempo. Aunque entre nosotros el tema ha sido tratado por autores de la calidad y trascendencia de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845), o José Ortega y Gasset (1883-1955) en La rebelión de las masas (1929), la obra de Sloterdijk tiene la ventaja de expresar el brillante análisis de un alemán después de la trágica experiencia del nazismo.
En su obra El desprecio de las masas: Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna[3], Sloterdijk pone de relieve la entrada en la Historia de la masa humana –anticipada por Hegel–, así como la naturaleza explosiva de la masa en sus manifestaciones, siguiendo al Premio Nobel de Literatura 1981, Elías Canetti (1905-1994), en Masa y poder (1960). Los cuerpos en la masa se sienten iguales –indiferenciados en su primitivismo–, sin inhibiciones y dichosos, sin importar los complejos que los congregan o si, durante la experiencia, incendian todo a su paso.
En la Modernidad se ha utilizado interesadamente a la masa y se ha canalizado su fuerza a través de los medios de comunicación; pero en la Postmodernidad, la ruptura del “contrato psicológico” en organizaciones de todos los niveles, además de la influencia de las redes sociales en los medios de comunicación, está produciendo manifestaciones globales típicas de las masas subjetivadas como las advertidas por Canetti y Sloterdijk, tales como extremismos religiosos y nacionalistas, liderazgos populistas y manifestaciones aparentemente espontáneas pero persistentes.
De estos últimos casos, recientemente destacan los “chalecos amarillos” en Francia y la ola de revueltas en América Latina, especialmente en Ecuador y Chile, pero que en Venezuela vivimos desde hace años –quizás precozmente desde el “Caracazo” de 1989.
Un largo proceso de descomposición en el cual se han liberado las primitivas fuerzas de la masa descontrolada, con los traumas propios de nuestra cultura, impresas por nuestra forma familiar: machismo, desorden, violencia y rebeldía; que han desbordado los esfuerzos de desarrollo durante el siglo XX y ameritarán ingentes recursos de todo tipo para volver al orden, la institucionalidad, el sosiego y la productividad.
En cuanto a qué hacer, obviamente resalta la atención integral de la familia, que según datos estadísticos recurrentes usados por el mercadeo en Venezuela, está conformada por cuatro personas: la abuela, la madre y los hijos, uno de cada sexo. Así como la reinstitucionalización del Estado. Es de destacar que, antes que el individuo, debe considerarse a la organización fundamental que lo contiene, la familia; y antes que al pueblo, debe tenerse en cuenta a la masa irracional y poderosa, y por lo tanto imprevisible y peligrosa.
Sobre cómo hacerlo, algunos remedios han sido propuestos sin éxito por Simón Bolívar (1783-1830) o Arturo Uslar Pietri (1906-2001). Baste mencionar: (i) la distinción sin ambigüedades entre lo bueno y lo malo, a partir del ejemplo de líderes tanto del sector público como el privado; (ii) la lenta pero efectiva acción liberadora y formativa tanto de la educación como el trabajo, y (iii) la aplicación estricta de la Ley –sin patologías–, como instrumento para delimitar las libertades y responsabilidades de cada quien.
Para el día que vendrá, madres, instituciones comprometidas, líderes positivos, profesores y abogados, deberían ser cinco de los pilares de Venezuela.
[1] “La estructura familiar atípica y el fracaso histórico cultural en Venezuela”, en Revista SIC, N° 362, Centro Gumilla. Caracas, 1974, pp. 67-69.
[2] En Temas de formación sociopolítica, N° 15, Centro Gumilla, Caracas, 2012.
[3] Traducción de Germán Cano, Pre-Textos, Valencia, 2002.