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01 de julio de 2020
Eduardo Meier García
Profesor del Doctorado en Ciencias, Mención Derecho de la Universidad Central de Venezuela. Doctor en Derecho, Programa de Estudios Avanzados en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III de Madrid
A 25 años de nuestra graduación de abogados en la Universidad Central de Venezuela no se me ocurre mejor tributo a mis compañeros de promoción que estas modestas líneas, meditadas por años, pero escritas a la carrera. A todos, dedico. A los que han tenido el valor de cambiar de país, de profesión, de nacionalidad y hasta de religión para seguir adelante con sus proyectos de vida, a los que la política y otras circunstancias inconfesables no les permiten estar entre nosotros, a los que ya no están físicamente y a los que, como yo, por vocación y obstinación, más bien deformación profesional –al negar la evidencia- insisten en hacer suyas las palabras del maestro Rudolf von Ihering: “Si es una verdad decir que ganarás el pan con el sudor de tu frente, no lo es menos añadir también que solamente luchando alcanzarás tu derecho”.
Esa lucha incansable, permanente, es cada día más urgente. En nuestra Venezuela en la que desde hace más de 20 años el Derecho es instrumento de un poder que se impone mediante una Constitución fachada, de positivaciones aparentes, en la que la divergencia entre el modelo prescriptivo y la realidad es abismal, los principios y derechos constitucionales están a años luz de la realidad efectiva del derecho “vigente”, y el derecho de los jueces es una gran mascarada, un sainete que responde a cualquier cosa menos a la razón y al Derecho.
Escribo esto consciente de la valentía que significa aceptar mea culpa en un país poco acostumbrado a la puerta estrecha de la autocrítica. Que me tachen de aguafiestas pero algo hicimos mal los abogados en estos 25 años y antes. Tal vez abandonamos el espíritu gremial, la cohesión de nuestra profesión y dejamos el trabajo y toda la responsabilidad a los políticos y sus partidos. Nos aferramos al ejercicio privado de nuestra profesión, nos aislamos en la función pública, nos reconvertimos en comerciantes o empresarios, obsesionados por hacer plata, por acumular poder y fama, y con ello nos convertimos en “los idiotés de la antigua Grecia, personas aisladas, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionadas por las pequeñeces de su casa y manipuladas a fin de cuentas por todos” (Savater).
También quiero rendir homenaje a la tan vapuleada y abandonada “casa que vence la sombra”, asediada por la barbarie en el poder, recordando a mis profesores, en especial a aquellos (contados con los dedos de una mano), que nos hacían pensar y no repetir acríticamente. Nos iluminaban y sembraban la duda, haciéndonos buscar ese espíritu crítico del conocimiento reflexivo, que es precondición individual y colectiva para la estabilidad del Derecho y la pervivencia democrática.
En esta hora menguada para el Derecho y la democracia, es importante recordar que la República de Venezuela la fundaron los abogados. En la emancipación de España, el movimiento independentista estaba constituido por juristas, miembros del Colegio de Abogados de Caracas. Recordemos a Miguel José Sanz, José Félix Sosa, Francisco Espejo, Cristóbal Mendoza, Ramón García Cádiz, Bartolomé Ascanio y Juan German Roscio.
Este último – casi 100 años antes de que Rudolf von Ihering pronunciara en 1872 en el paraninfo de la Universidad de Viena su conocida conferencia: “La lucha por el Derecho” – había protagonizado siete años de lucha por reivindicar sus derechos ante la negativa de su ingreso al Colegio de Abogados de Caracas, rechazado por su dudosa limpieza de sangre, al ser señalado como mestizo, lo cual le valió el veto gremial en 1796. El proceso duró hasta 1800 cuando fue admitido luego de un duro litigio. Juan German Roscio pudo sobreponerse a la segregación racial y política, para luego convertirse en guía fundamental de nuestra independencia y modelo de la república civil, de los civiles y para los civiles, hoy postergada por quienes ahogaron la voz del pueblo, de la sociedad civil, que es decir lo mismo. El 19 de abril de 1810 Roscio toma asiento en el Cabildo como Diputado por el pueblo y redacta el acta de la célebre sesión.
Mucha es el agua que ha corrido desde 1995 y mucha más la que ha hecho caudal desde 1810, pero la democracia no es un punto de llegada, es una lucha permanente por conquistar la democracia, contra los privilegios y los privilegiados, contra los que pretenden reescribir el pasado para dominar el presente y robarnos el futuro, contra los que han convertido el Derecho en un objeto maleable, un muñeco de cera irreconocible que sirve a sus propósitos de imponer las apariencias de las formas constitucionales, sean electorales, de control social o de persecución política.
Si me preguntaran, rebautizaría nuestras promociones de abogados de la UCV de 1995 con el nombre de “Juan German Roscio”, llamando con ello a reivindicar no solo nuestros derechos sino el Derecho, exigiendo se ponga nuevamente en pie su expresión jurídica: el Estado de Derecho, reconquistando nuestra condición de ciudadanos, de venezolanos, condición que se rebela contra la pretensión de hacernos súbditos menesterosos. Debemos unir esfuerzos para alcanzar la democracia que es moderación y prudencia de controles y equilibrios recíprocos, recuperar la política, la racionalidad del uso de la fuerza y la adhesión al bien común mediante la deliberación y el consenso, pero para eso hay que repensar el motivo por el que nos hicimos abogados, recalcular el GPS del destino que nos está llevando por el camino equivocado de una sociedad fracasada que se dejó imponer un Estado fallido. Muchos serán los logros y las aspiraciones individuales, pero esos sueños y conquistas saben a muy poco sin un proyecto común y más o menos consensuado de la Nación que podemos ser. Si de algo estoy seguro es que a todos nos duele en el alma que la Constitución y el Derecho se hayan convertido en objetos de utilería, meramente decorativos y absolutamente maleables.
Si no le queremos decir adiós al futuro, estamos a tiempo de unir fuerzas y luchar contra el pensamiento defectuoso, contra la simplificación, el reduccionismo, la corrupción, el clientelismo y la frivolidad de los que (des)gobiernan desde el resentimiento, la desconfianza y la división, y tienen como único objetivo domeñar en tierra arrasada. Si la República la fundaron los abogados, los abogados seremos también quienes la rescatemos. Dios bendiga a mis compañeros de la promoción Juan German Roscio.